...Por: David Andrés Casilimas Díaz...

domingo, 11 de mayo de 2014

Esfinge

Encerrado en mi cabeza  y en las cuatro paredes de mi cuarto, con un techo y suelo físicos de los que de uno llegan fantasmas y del otro augurios de muerte. De ambos debo huir… pero estoy inmóvil, arrastrado por una corriente que me hunde más y más en este pozo de arena en que se ha convertido mi cama.

Y todos los movimientos que en ella realizo me convierten poco a poco en una piedra, esa que empieza a molestar en los zapatos de unos cuantos. Al final, después de tanto daño a esos pies ajenos la solución es simple, parar de caminar y arrojarla a un lado. Que me arrojen no me importa, pero sí los pies que habré dañado, los de quienes caminaban conmigo visualizando un camino soñado. Nunca he sido piedra y en verdad lo estoy lamentando.


¡Necesito que llueva! ¡Que llueva a cántaros! para que así la cal que he acumulado se vaya con el agua y yo vuelva a ser humano.

lunes, 5 de mayo de 2014

Asumir las cosas con madurez


Juan Camilo Vizcaíno había decidido poner punto final a su relación, bueno si es que a eso se le puede llamar así. Había salido a escondidas con Clara por casi seis meses, seis meses en que la inocente niña, mimada por sus padres y con un registro escolar impecable, había traicionado a su novio para divertirse esporádicamente con Juan. Él ya no soportaba más. Se levantó más temprano que nunca y se fue hasta la esquina de la casa de Clara para esperar a que ella pasara a las seis como de costumbre.

El cielo estaba gris y las calles mojadas por la lluvia que cayó toda la noche. Metió las manos en los bolsillos del buzo de algodón y se recostó en la barda del antejardín de una casa de esas de Teusaquillo, con su característico estilo inglés. Tenía los dedos de los pies entumecidos de frío al interior de sus zapatos de cuero negros. Maldijo por lo bajo el no poder llevar puestos sus tenis. Apenas vio a Clara salir de su casa se fue caminando hacia ella lanzando un sentido discurso que acompañaba con un dedo acusador.

– ¿Sabes qué odio? – le espetó sin más – Me carcome la ira cuando pienso en lo cobarde que has sido, siempre escondiendo todo detrás de una imagen débil e inocente. ¡Morronga de mierda! Ayer caminando encontré los pedazos de mi foto regados en un parque, tenías que deshacerte de ella antes de que alguien la encontrara ¿verdad? Tienes que asumir las cosas con madurez! Que se enteren de quien eres, una zorra egoísta... – la miró a los ojos y el corazón se le subió a la garganta palpitando fuera de si – ¡Malparida hijueputa! – el frío de la mañana marcó con una nube de vaho la penúltima y plosiva sílaba. La palabra retumbó en la calle vacía. Juan le lanzó una última mirada de desprecio y se fue caminando de prisa para llegar a la clase de siete.

Abrió la puerta del salón y se fue a su puesto en la esquina posterior derecha. La profesora comenzó a llamar lista, el era el penúltimo así que se distrajo mirando por la ventana. Se imaginó a Clara volviendo a casa y encerrándose en el cuarto con su humillación. Nunca había sido tan grosero, tal vez se le hubiera ido la mano pero qué más daba. Estaba tan abrumado por los nervios y la satisfacción que le había causado gritarle que ni se dio cuenta que la profesora ya había llegado a su nombre.

– ¡Vizcaíno! – llamó por segunda vez.
– Presente – respondió el.
– ¡Zambrano!
– …
– ¡Zambrano! – la profesora levantó la vista y miró a la derecha de Juan – Camilo, ¿sabes que ha pasado con Clara?
– Sí, ella no vendrá hoy pues está enferma y se siente mal – respondió con plena seguridad.

Llamaron a la puerta, la profesora guardó los papeles y atendió. Estuvo fuera del aula unos segundos y al entrar dijo:

– Vizcaíno, a la rectoría. Rapidito. ¡Dizque enferma!

jueves, 1 de mayo de 2014

Anacronía (Intento 1)

Si fuesen tiempos de dragones y castillos, yo sería tu señor
ese a quien entregas tus días con suma devoción.
Vestida con ropas serviles, danzando al ritmo del tambor
te has convertido en un monigote, cegada por tu propia ilusión.