Cientos de mariposas de cristal batían sus alas incesantemente sobre el asfaltado aquel día gris. De efímera existencia, se fundían unas con otras para formar mariposas más pequeñas que se deslizaban por la carretera hacia su irremediable muerte en los desagües. Así se veían las gotas de lluvia que caían sobre el suelo para abrir sus alas y extenderlas sobre el pantalón de aquel joven de vestimenta distraída. "¡Que venga el sol!" decía el muchacho. "Que venga el sol y nos haga volar con microscópicas alas para así encontrar nuevas calles en las que danzar y, por qué no, ojalá al ir al norte, quedar convertidos en sendos copos de nieve, inmortalizados bajo la presión de los restantes siete mil millones, y otros tantos cristalitos, para que juntos formemos un glaciar".
No hay comentarios:
Publicar un comentario