...Por: David Andrés Casilimas Díaz...

jueves, 4 de diciembre de 2014

505

La habitación 505 del Hotel AM se abrió por primera vez hace algunos meses. En ella esperé en medio del humo de unos viejos Lucky Strike que había guardado hacía cerca de diez años el día en que prometí no volver a fumar. Me embriagué por cinco días con el alcohol de las memorias que impregnaban cada uno de los rincones de la estancia. Lo destilé a punta de recorrerlos y exprimirlos contra mi cabeza. A las diez con cincuenta y un minutos de la mañana, justo cuando iniciaba el día seis, me asomé por la ventana. Coloqué un pie en el alféizar y empujé con fuerza. Me quedé allí tambaleando mientras la ropa se congelaba por pedazos con el viento invernal y los pequeños carámbanos de hielo que éste traía. Sentí que ya no apestaba más. El olor que se había acumulado los días anteriores en esa ropa, una que no me quería cambiar, desapareció. O por lo menos se había neutralizado con el frío.

Abajo en la calle personas y automóviles pululaban. Si bien era un sector de oficinas, no entendía por qué ese día había una cantidad tan inusual de taxis negros  cuyos modelos no superaban el año 85. Aún tenía calientes los dedos de los pies. Encontraba mucho más agradable el contraste del pulgar con el vacío que con la negra  lámina de acero sobre la que estaba parado. Parecía que a excepción de mi cuerpo, el resto de cosas carecían completamente de color. 

In my imagination you're waiting lying on your side with your hands between your tights.

Al  mirar hacia adentro,  la cama estaba vacía. Aun ahora puedo observar la escena en mi mente como si estuviera pasando ahora mismo. <<Doy un pequeño salto que me coloca justo frente al radiador que calienta la habitación. A menos de un paso de distancia está el colchón, me giro y caigo sobre unas sábanas inmaculadas. Sentado con la cabeza entre las manos y los codos en las rodillas busco lo que me haga falta para poder salir de allí. Una media y luego la otra…  ¿Dónde dejé mis zapatos? Creo que uno cayó bajo la cama y el otro quedó junto al vestidor  a la entrada del baño. Al agacharme, siento el calor irradiado por ese acordeón blanco casi empotrado en la pared, las construcciones de mediados del siglo pasado aún conservan aterradoras calderas en sus sótanos para sobrellevar la inclemencia del invierno. Sin embargo, el hotel no tiene más de 10 años de haber sido construido.>>

Efectivamente, encontré mi zapato derecho bajo la cama, me lo puse y di unos cuantos saltos para llegar al vestidor, algo completamente absurdo puesto que ya había deambulado descalzo por todo el lugar. Amarré los cordones del pie izquierdo y me coloqué el abrigo de lana Melton que había dejado en el perchero de madera junto a la puerta. En cuanto lo tuve puesto recordé porqué lo había comprado, eran esos sutiles pespuntes que lo ajustaban a la silueta los que hacían que al usarlo, aun cuando soy bastante cuadrado y alto, no pareciera un refrigerador. Este simple hecho me hizo sentir erguido y fuerte, con más determinación que nunca para abandonar la habitación. Vacilé dos segundos antes de cerrar la puerta con llave.

Ya no se podía extraer una gota más de licor de aquel cuarto.


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