El problema del libre albedrío (LA) ha sido abordado tradicionalmente
por los filósofos y más recientemente por la psicología cognitiva,
comportamental y las neurociencias. Aun cuando en dichas áreas existan algunas
posturas frente a la existencia o no del libre albedrío, el proceso evolutivo
de los organismos puede proveer información relevante para la discusión.
Teniendo en cuenta que el fenómeno del LA ha sido adjudicado a
nosotros, los seres humanos, y, en algunos casos, a otros animales cercanos
pero nunca a otras entidades no vivas, el problema sobre la existencia o no del
fenómeno es claramente uno que atañe a la biología. Especialmente a la biología
del comportamiento.
El gran Biólogo y genetista ucraniano Theodosius Dobzhansky (1973)
acuño acertadamente la frase “nada en la biología tiene sentido si no a la luz
de la evolución” al usarla como título del famoso artículo publicado en “The American Biology Teacher”. De esta
manera, y resumiendo, si el problema del libre albedrío es también de la
biología del comportamiento, y ésta solo tiene sentido desde la perspectiva
evolutiva, es preciso entonces examinar el fenómeno desde dicha óptica. Sin
embargo, antes es necesario definir de forma más explícita algunos conceptos.
La aceptación o no del libre albedrío guarda una estrecha relación con
la posición asumida sobre la naturaleza del universo: determinismo causal,
comportamiento estocástico o algún punto intermedio entre esos dos extremos (Fischer,
Kane, Pereboom, & Vargas, 2007).
En un sistema determinístico todos los eventos dependen necesariamente
de las condiciones previas, hasta el más mínimo detalle. Esto hace que los
hechos sean consecuencias estrictas del estado del sistema en cuestión (Schulz
& Sommerville, 2006; Warfield, 2000). El determinismo causal ha sido la
visión más aceptada por la academia, sin embargo, con el surgimiento de la
mecánica cuántica aparecieron muchos interrogantes para los deterministas. Si
bien estos constituyen un gran desafío, el comportamiento probabilístico
derivado del principio de incertidumbre de Heisenberg, está restringido a la
escala cuántica siguiendo las consecuencias que tiene la magnitud de la
constante de Planck en niveles macro (Chaddha, 2006).
Por otro lado, un sistema estocástico es caracterizado por la
aleatoriedad y la ausencia de causalidad, esto es: la ocurrencia de un evento
es independiente del estado previo del sistema y no mantiene relación alguna
con eventos anteriores o futuros. El último escenario es aquel en el que los
fenómenos de la realidad presentan componentes determinísticos y aleatorios (Fischer
et al., 2007).
La comprensión de los modelos anteriores es vital para la proposición
de hipótesis sobre la existencia o no del LA. Sólo haría falta una definición
más, una fundamental. ¿Qué es el libre albedrío?
Existen diversas definiciones de este concepto, la diferencia
generalmente radica en la intención que tenga el autor de aceptar o rechazar
una posición dada. El problema del LA aparece desde la antigua Grecia cuando
las personas se comenzaron a preguntar si tenían pleno control de sus actos o
si éstos estaban determinados por factores ajenos a ellas mismas. Tragedias
como “Edipo Rey”, de Sófocles, o “Medea”, de Eurípides, muestran la idea de un
destino establecido por los reyes del Olimpo, plasmado en la forma “Deus ex machina”. Las acciones son
determinadas por dios arbitrariamente.
Después del romanticismo, y con la llegada del método científico y la
filosofía moderna, el determinismo causal estableció que el universo se rige
por reglas básicas. Las dos opciones, “deus ex machina” y determinismo causal,
apuntan a una definición de LA en la cual, para existir, el agente debe tener
la plena posibilidad de actuar de forma distinta a lo establecido por las leyes
naturales o por la voluntad de los dioses. Estas posiciones se conocen como
determinismo radical y determinismo teológico, respectivamente. Las dos
rechazan la existencia del libre albedrío (Fischer et al., 2007).
Paralelamente, los teóricos que rechazan el determinismo se dividen en
dos corrientes: libertarianismo e incompatibilismo pesimista. La primera asume
que puesto que el universo no es determinista, el libre albedrío tendría
cabida, ya que el sujeto no está atado a sus condiciones previas. La segunda,
mucho más sensata a mi parecer, establece que incluso si el universo fuera
estocástico, no existiría el LA, pues las acciones de los sujetos no serían
determinadas por ellos mismos si no por el azar.
En este punto solo resta una última combinación: quienes aceptan la
existencia del determinismo y a su vez del libre albedrío, el compatibilismo.
Esto puede lograrse de dos formas: la primera es mediante una falacia semántica
en la que el significado de libre albedrío cambia y establece que los agentes
son libres en tanto las pulsiones que en ellos surjan – aun cuando sean
generadas por causas genéticas, ambientales o históricas – puedan expresarse
sin sufrir represión por parte de otros individuos. Decir que la rosa vuela
porque mi canario se llama “Rosa” es un absurdo, es por esto que cambiar la
definición de libre albedrío constituye una falacia o por lo menos una
respuesta ad hoc frente a un problema
complejo. Sin embargo, dicha definición es empleada por filósofos como Daniel
Dennett (1981) quien se incluye entre los compatibilistas.
La segunda versión de compatibilismo es justamente aquella que puede
ser evaluada desde el punto de vista evolutivo para determinar su
plausibilidad, el libre albedrío como una propiedad emergente.
Las propiedades emergentes son irreducibles en tanto que sólo aparecen
cuando múltiples unidades relacionadas trabajan de forma conjunta, la
diferencia entre las propiedades moleculares y molares es mayor a medida en que
aumenta la complejidad de las interconexiones entre los subsistemas. Uno de los
efectos principales y más asombrosos de la evolución es precisamente la
aparición de sistemas complejos, si bien el aumento de complejidad no es un
objetivo del proceso evolutivo, es esto lo que ha ocurrido en numerosos taxa (Maynard
Smith & Szathmáry, 2000).
El aumento en la complejidad de los sistemas genera que el
comportamiento de los mismos dependa de una mayor cantidad de factores, los
cuales ejercerán un mayor o menor efecto sobre el mismo. Cuando las condiciones
iniciales del sistema son altamente sensibles a variaciones, por pequeñas que
estas sean generarán una gama enorme de posibles resultados. Esta
característica define apropiadamente a los sistemas caóticos (Gleick, 2011),
regresaremos a este punto al describir las características de las causas
últimas del LA.
A lo largo de la evolución han sido alcanzados diferentes niveles de
complejidad y en cada uno de ellos están presentes diversas propiedades
emergentes, de hecho la reproducibilidad del ADN es una propiedad emergente
derivada de las propiedades primarias, secundarias y terciarias de esta
molécula. Sin embargo, el LA ha sido adjudicado casi que exclusivamente a los
seres humanos, especie que difiere esencialmente de las demás, al parecer, por
su capacidad de desarrollar lenguaje (Maynard Smith & Szathmáry, 2000).
Siguiendo este razonamiento, es de esperar que si el libre albedrío es una
propiedad emergente, éste pueda ser rastreado filogenéticamente. Encontrar sus
causas próximas y sus causas últimas.
En este punto es necesario aclarar que el libre albedrío no es un
comportamiento sino un paradigma bajo el cual se puede ejecutar o producir comportamiento.
Así, al momento de analizar las causas próximas o últimas, lo que tenemos que
evaluar es si la forma en que los comportamientos son ejecutados se ajusta, o
no, a dicho paradigma.
Para que el sujeto tenga control de sus comportamientos es indispensable
que sea consciente de la decisión que va a tomar – lo cual de hecho implicaría
un ente metafísico independiente de todo el sistema físico que actúa sobre el
organismo – y sólo después sean movilizados los mecanismos para ejecutar el
comportamiento. Sin embargo, varios estudios han evaluado los procesos de
activación cerebral durante tareas de toma de decisiones y ejecución de las
mismas con resultados contrarios a la hipótesis planteada al inicio de este
párrafo (Smith, 2011). En efecto, Fried et
al., (2011) encontraron activación cortical previa (aproximadamente 1,5
segundos antes) al tiempo en el cual un participante indicaba que surgía la
intención de ejecutar un comportamiento específico como mover un dedo. Lo más
interesante es que los investigadores consiguieron predecir la decisión del
participante en un 60% de los casos. Estos descubrimientos apuntan a que las
decisiones son tomadas mucho antes de que el sujeto sea consciente de lo que va
a hacer después, en este sentido el comportamiento en respuesta a estímulos
ambientales en conjunto con el estado del organismo simplemente ocurre.
Posteriormente el cerebro procesa la información y la hace consciente,
generando la ilusión del libre albedrío.
Resulta sumamente excitante preguntarse cuál puede ser el valor
adaptativo de dicha ilusión. Vohs y Schooler (2008) realizaron un estudio en el
cual fue evaluada la frecuencia con que los participantes hacían trampa en un
juego de computador en dos grupos de sujetos. El primero tenía que leer, antes
de jugar, un texto explicando el determinismo y cómo este concepto negaba la
existencia del LA; el segundo grupo leyó un texto neutral también antes del
juego. Curiosamente los sujetos del grupo instruido a no creer en el libre
albedrío hicieron un mayor número de trampas.
En un segundo experimento, los participantes hacían un test que sería
corregido por ellos mismos sin supervisión o forma alguna en que alguien
conociera los resultados de la prueba. Después ellos recibirían un dólar por
cada respuesta correcta. Nuevamente los sujetos que leyeron textos relacionados
al determinismo fueron quienes obtuvieron mayores sumas de dinero. Aun cuando
el estudio presenta un sesgo debido a que no se pudo establecer si las sumas
ganadas eran por causa de fraude o porque los sujetos efectivamente tuvieron un
mejor desempeño en las pruebas, los resultados sugieren que existe una
tendencia a actuar de forma inmoral más frecuentemente en los participantes
alentados a no creer en el libre albedrío (Vohs y Schooler, 2008).
Los autores proponen que el incremento del comportamiento inmoral
puede deberse a una pérdida de la responsabilidad inducida al conocer que el
sujeto no tiene control consciente de sus decisiones. Si ponemos estos
resultados en paralelo con lo encontrado en el famoso experimento Milgram
(1963), es posible pensar que la noción de liberarse de la responsabilidad
sobre un hecho permita una mayor ocurrencia de comportamientos inmorales, bien
sea por la descarga de la responsabilidad en una figura de autoridad o en la
“respuesta automática” del propio organismo.
Parece, entonces, que la ilusión del LA tiene un rol importante en la
motivación de los individuos al hacer énfasis en la idea de que son
responsables de su propia conducta y por tanto facilitando la ejecución de
algunos comportamientos, en este caso relacionados al sentido moral que ha
probado elevar el fitness a niveles poblacionales (y no exclusivamente
individuales) al favorecer comportamientos altruistas.
Este tipo de comportamiento es posible por la complejidad de nuestro
sistema nervioso y la información almacenada en forma de lenguaje, por lo que
podemos considerarlo como una propiedad emergente. En este tipo de dinámicas el
número de factores involucrados es descomunal y junto con la complejidad de
procesamiento de dichos factores por el propio sistema, se hace casi imposible
predecir en muchas ocasiones cuáles serán las respuestas de un organismo. No
obstante, el que algunos comportamientos no puedan se predichos, no elimina el
determinismo de la misma manera en que la imprevisibilidad del clima no hace
que la atmosfera posea libre albedrío o deje de presentar un comportamiento
caótico. Mucho menos implica la existencia de un ente metafísico.
Como demostraron Vohs y Schooler (2008), la noción de paradigma bajo
el cual el comportamiento es generado puede cambiar la forma en la que el
sujeto actúa, por esto es preciso estudiar más profundamente las causas últimas
de la ilusión del libre albedrío y cuáles pueden ser las ventajas de
reconocerla como tal. Es probable que una consecuencia al asumir la
inexistencia del LA sea disminuir la carga emocional en procesos de resolución de
conflictos, focalizando las energías en el tratamiento, corrección o control de
los sujetos involucrados. De cualquier forma, estas hipótesis deben ser puestas
a prueba para obtener conclusiones pertinentes.
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