El saco verde ya no es más mi saco. Ayer cuando me lo puse no me reconocí en él, he de decir que su olor era distinto, era más dulce. Llegue de noche a casa y como de costumbre el frío de la ciudad no hacía mella en mí, sin embargo, le vi tendido en la baranda recordándome el despertar de aquel día y quise que me abrigara esta vez de una ausencia de otras cosas más que del frío. Ponérmelo fue una sucesión de “deja vu’s”. Y es que creo que el trapo aquel se enamoró de ella, porque me permitió ver cada uno de sus recuerdos y si duermes una noche abrazándola es inevitable que suceda. No tengo celos de él, aunque ella lo prefiera tener más cerca que a mí en ocasiones, pues es como cuando a tu amigo le gusta la misma chica que a ti y no riñes con él por ella sino que juntos recuerdan cuan maravillosa es.
El saco verde ya no es más mío. Alguna vez oí que cuando duermes con una camiseta normal, ésta no vuelve a ser la misma y se convierte poco a poco en una camiseta de pijama. Hay algo en el trajín de la noche que les imprime muchas cosas a las fibras. Pues bien, el saco verde ya no es más mío, ha dormido con ella abrazando sus manos y con los labios en sus hombros.
El saco verde es ahora legalmente mío y legítimamente suyo.
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