No sé con exactitud cómo llegue a ese estado frenético en el
que sólo podía trabajar para terminar mi cometido. Es probable que me motivara
el afán de cerrar un ciclo antes de que este se entrelazara con el que acababa
de abrir hacía sólo un par de días. Recortaba una y otra vez trozos de papel y
los organizaba de diferentes maneras tratando de formar algo con ellos… ¿Qué
era eso? ¿Un jabalí, un bisonte, un mapache?
… En ese momento me detuve súbitamente.
“¿Y si simplemente dejo que todo se diluya en el aire?” me
pregunté en silencio. Miré los recortes con los ojos desenfocados pero
inmóviles, intentando pensar. El radio de la habitación de al lado había sonado
por horas y yo no había reparado en su mala sintonía, a pesar de su bajo volumen
era desesperante. Ahora sentía que el ruido se incrementaba mientras las voces
de los locutores se apagaban lentamente. Fastidiado, me levanté a detener el
escándalo de los anuncios comerciales mezclados con la estática. Silencio.
Volví a la mesa y, de pie, apoyé una mano junto al deforme
animal de cartón. Mientras me sentaba arrastraba la mano lentamente barriendo cada
pedazo negro y blanco que había en la superficie de madera.
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