Anoche tuve un sueño muy extraño, normalmente pierdo los
detalles en cuestión de minutos, pero en éste a pesar de lo extenso, no se
borra una frase. En él llegué a un lugar desconocido y lleno de jardines. En
este mundo Lourdes y Luxemburgo se encontraban dentro de una misma ciudad y cercaban
el pequeño barrio en que me encontraba. Caminaba por una acera, sentía el aire húmedo
y cálido llenando mis pulmones con el aroma de los frondosos árboles que,
plantados a lado y lado de la calle, hacían una refrescante sombra sobre un
muro de piedra que se extendía hasta el final de la cuadra. Llevaba mis viejos
zapatos de color marrón a los que la suela se les había tornado ligeramente
roja durante mi viaje anterior.
La zona por la que me movía resultaba muy agradable visualmente,
la mayoría de las casas eran una mezcla entre modernistas y coloniales, otras puramente
modernistas y otras exclusivamente coloniales. En una de éstas construcciones
mixtas podía leerse “Cultura Inglesa” en letras doradas sobre el porche. Seguí andando
sin saber bien a donde llegaría, el paisaje cambiaba un poco con la distancia pues
tras aproximadamente veinte minutos encontré altos edificios. Lejos de la fresca
sombra de los árboles el calor de aquella ciudad empezó a hacer mella en mí, de
modo que procuré un sitio para beber alguna cosa.
***
Entré a un pequeño restaurante y me acerqué a la barra para
pedir una cerveza, había un televisor plano colgado en la pared entre copas y
vasos. El hombre que atendía me miró con cara de pocos amigos y se fue por un
vaso. Al regresar se quedó viéndome un rato hasta que preguntó:
– Usted es de la capital, ¿no es
así?
– No, yo vengo de fuera, –
dije tras tomar un pequeño trago – de
Colombia.
La actitud ligeramente hostil que había vislumbrado en el
tipo tras mi pedido, desapareció para ser remplazada por una alegre amabilidad.
– Ah! – exclamó sonriendo – Con
razón! Mucho gusto, mi nombre es Ricardo ¿Que lo trae por aquí?
– Estoy buscando a alguien –
respondí sin mirarle, fingiendo interés en el partido de fútbol que transmitían
sobre su cabeza.
Al parecer el hombre esperaba que mi historia fuera algo más
larga, sin embargo, a mí nunca se me ha dado bien conversar con desconocidos, podría
decir incluso que no se me da bien hablar con conocidos y creo que el motivo
reside en que cuando no conozco a alguien y se da la oportunidad de entablar diálogo,
generalmente no sé de qué hablar por la misma razón de no conocerle. Me aburren
los intentos fallidos donde inicio una conversación en la que se intercambian
unas pocas frases y al final el interlocutor espera más de mí pero yo o no sé a
dónde llevar el tema. Puedo estar pensando en por qué les divierte a algunos
hacer infinidad de comentarios a un desconocido, o preguntándome hasta que
temperatura exacta llegará el terminal eléctrico del anuncio de neón del local
al otro lado de la calle. Pero esas cosas a casi nadie le interesan. En el otro
caso, cuando conozco a alguien, generalmente por un medio u otro ya estoy
ligeramente enterado de lo que acontece en su vida y además prefiero no
preguntar mucho y parecer un fisgón. Sé que un par de preguntas no te
convierten en uno pero encuentro difícil establecer el límite. Por otro lado,
suelo ser muy concreto, detesto la especulación excesiva.
– Y… ¿Cómo se llama ella? – preguntó
él – Porque es una mujer a quien está buscando, ¿no es así? Yo conozco esa
cara.
– Hummm… es un nombre extraño –
contesté tratando de evitar el tema –.
– Aquí! Amigo! – exclamó para
llamar mi atención – Ésta es una ciudad pequeña y puedo decir que conozco a
casi todos sus habitantes. He abierto restaurantes en diferentes puntos a lo
largo de 10 años. Si me dice cómo se llama – insistió el hombre – es muy
posible que sea más fácil encontrarla, especialmente si el nombre es poco
común.
Para mi fortuna hubo un ruido de platos en la cocina y el
tipo sorprendido se fue hablando muy fuerte y rápido en la dirección del
sonido. Miré nuevamente el televisor, parecía que los jugadores se movían al
ritmo de “Painted by Numbers” que sonaba por los parlantes del lugar. Me
levanté de la barra y fui a sentarme a una mesa apartada para que si el
cantinero a su regreso quería seguir la conversación, no me encontrara cerca.
Metí la mano en uno de los bolsillos de mi pantalón y saqué
un papelito arrugado que decía “Viride +32. 75 307-2009”. Ahora que estoy
despierto ese mensaje no tiene ningún sentido para mí, sin embargo, en el sueño
sabía perfectamente que esos eran el nombre y el teléfono de la chica a la que
buscaba. Los miraba y les daba vueltas, si quería encontrarla era preciso llamar.
Deseaba verla, decirle “Aquí estoy como lo prometí” (¿Cuando? No lo sé, pero
eso era lo que mi yo onírico pensaba). Sin embargo, algo me impedía hacerlo. Era muy probable
que nada cambiara o mejor dicho, que la distancia aumentara. Ella amablemente
se encontraría conmigo y hablaríamos de la vida, de los planes futuros, de cómo
nos alegra podernos ver de nuevo. Después de pasar algún tiempo juntos diríamos
adiós y jamás volveríamos a saber el uno del otro.
***
No sé en qué momento exactamente la ciudad dejó de ser
veraniega para vestirse de otoño a medida que caía la tarde. Mientras las
últimas luces del día se iban, ella entró al bar. Llevaba un abrigo corto
ceñido a la cintura, de color verde oliva con correas y botones pardos haciendo
juego con su piel canela. Bajo la
chaqueta una camiseta blanca de cuello amplio, jeans azul oscuro y zapatillas
deportivas de cuero completamente blancas.
De lejos no se distinguía muy bien pero
me parecía que la textura la daban unos finos detalles al estilo brogue. Habían
pasado cinco años que dejaban ver pequeños cambios, nimiedades a decir verdad,
que no menguaban en absoluto su atractivo, todo lo contrario.
La pantalla del televisor ahora mostraba un concierto de los Arctic
Monkeys, yo apenas le prestaba atención, estaba demasiado pendiente de Viride.
Ella no venía sola, entre risas se sentó a la mesa con cinco personas más.
Caminé nuevamente hasta la barra con “My Propeller” sonando de fondo, sin
quitarle los ojos de encima ni un instante. Los suyos se levantaban de la mesa
lentamente, explorando el lugar – It’s a
necessary… – se detuvieron en mi – evil
– la sonrisa se borró de su cara
para retornar un segundo más tarde rebosante de felicidad.
Se levantó de la silla y tras intercambiar unas pocas
palabras con la chica que tenía a su lado caminó hacia mi – When are you arriving? –, se detuvo a un
paso de distancia desde donde nos miramos fijamente durante poco más de cinco
segundos que parecieron eternos. Súbitamente
dio un pequeño salto y se colgó de mi cuello con los brazos, la sostuve suavemente
hasta sentarla en una silla para tenerla más cerca.
– Hola – le dije sonriendo. Ella
seguía sin hablar, parecía que intentaba decir algo y se arrepentía justo
cuando iba a empezar a hablar. Finalmente dijo:
– Hola! – y luego tartamudeó algo
inentendible. Mi cara reflejó la incomprensión por lo que agregó – ¿Qué haces
aquí?
– Hummm… pasaba por aquí – mentí descaradamente.
– Ah sí? No sabía que te habías radicado
en esta ciudad.
– Claro, vivo aquí a una cuantas
cuadras en el edificio que está sobree… es mentira, sólo jugaba contigo – dije mientras
reía –. Vine porque quería verte.
Ella sonrió con tristeza, agachó la cabeza y tras un
silencio incomodo levantó su mano derecha y soltó un:
– Estoy casada...
***
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