...Por: David Andrés Casilimas Díaz...

viernes, 21 de febrero de 2014

Ilusiones

Antes de irnos a la cama por primera vez, se levantó apresuradamente del sofá y acomodándose la ropa huyó a la cocina. Yo, algo desconcertado, la veía cómo revoloteaba de aquí para allá llevando trastos sucios, organizando utensilios y, básicamente, evadiendo la situación. Si bien hacía apenas unos segundos ella era una hoja frágil que se deslizaba sobre mí y crujía delicadamente con cada pequeño soplo de aire, ahora parecía muy fuerte y determinada, concentrada en su labor con el rostro muy serio.

Mientras bebía un vaso de agua observaba su figura de espaldas a mí. La luz del sol entraba a raudales por la ventana haciendo que todo resplandeciera en tonos neutros, lo cual le quitaba parte de la calidez típica al verano. Esperaba que el agua serenara mi mente. Después de unos cuantos sorbos me acerqué lentamente a ella y, abatido, agaché la cabeza hasta que mi frente se posó en sus hombros. Quería que supiera que entendía sus miedos, que yo también tenía los míos pero que no la quería perder. Respiré profundamente y me sentí mareado, inundado por el deseo solté el vaso y la abracé fuertemente. Vi como ella, con un suspiro, entornaba los ojos… tomó mis manos entre las suyas poniéndolas firmemente  sobre su abdomen y guiándolas hacia abajo mientras yo saboreaba la sal en su cuello. Tras una fracción de segundo pareció arrepentirse y me apartó de su lado para volver al trajín de la loza.

Me quedé ahí, a un par de pasos de ella, debatiéndome entre la culpa y la satisfacción del efecto logrado. Evidentemente predominaba lo segundo pues al cabo de un rato, y casi conteniendo la risa, le pregunté si era mejor que me marchara para que ella pudiera terminar sus tareas domésticas. El ruido del ajetreo cesó inmediatamente al tiempo que ella agachaba la cabeza escondiendo la sonrisa que se dibujó con la llegada de mis palabras.

Salí de la cocina mirando por la ventana de la sala en el lado opuesto cuando, de repente, un fuerte tirón desde la izquierda me arrastró a la habitación contigua que en breve quedaría en penumbra al cerrar la puerta.

No llevaba mucho tiempo de conocerla y tampoco la volví a ver.

Hoy, casi cincuenta años después de aquel día, sigo queriendo encontrarla. No buscarla. Que aparezca de imprevisto, desestabilice mi mundo nuevamente y así, morir con algo de emoción. A lo largo de mi vida aparecieron muchos personajes después de ella a pesar de tomar mis medicamentos juiciosamente. Ninguno de relevancia. La amo a ella porque fue la primera, porque me enseñó que mi mundo era diferente.

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