Había
jurado no hacerlo, y sin embargo, no se pudo contener. Tomó un único beso suyo
para recordarla siempre.
Sabía
que se verían por lo menos un día más, sabía que volverían a hablar y que ella
lo odiaría por incumplir su juramento tácito. Eso era lo que más le remordía la
conciencia mientras ella, evidentemente arrepentida, daba media vuelta y se
alejaba de él lentamente. Como si quisiera que la siguieran. Mirándolo a el,
esa extraña aparición que más allá de cualquier cosa no era más que un
generador de culpas.
El no
iría más lejos, suficiente daño había causado ya.
La
puerta se cerró, pero la esperanza de lo imposible seguía viva. Con el golpe de
la segunda puerta esta esperanza se desboronó, y con ella una lagrima de sus
ojos que fue a perderse en ese suelo de sangre… Tomó aire y pensó… el tropel de
lágrimas que aguardaban por salir fue re absorbido para ahogarse en su
garganta. Lanzó un puño que se estrelló en la pared más próxima desgarrando su
piel. ¿Pero qué era eso comparado con el resto del dolor?
Recordaba
ese quinto cuento autodestructivo que una vez leyó:
“Y sin
avisar se levantó de la mesa tambaleando. Se tuvo que sostener con una mano de
la pared mientras respiraba rápido. Tenía que llegar abajo y la escalera de
caracol era toda una hazaña que sorteó con dos pasos en falso. Pensaba que
claramente estaba ebrio.
Se
dirigió a la puerta del bar y salió esquivando al guardia de la entrada. Se
sostuvo de un poste. Veía los carros pasando como barridos fotográficos a toda
velocidad por la avenida. Y con el último aliento de sobriedad que le quedaba
decidió atravesar la calle corriendo, que la suerte decidiera, que lo matara un
carro, que ojalá no sufriera, pero eso sí, que ella se enterara.
Y
corrió.
Cuando
llegó al andén del frente tras escuchar un frenón estruendoso se tomó la cabeza
sudada. Mientras un conductor asustado lo insultaba, Rodrigo tomó su celular y
la llamó por cuarta vez esa noche.” (JPAT)
Quería
correr y corrió, quería golpear y golpeó, quería llorar y lloró.
Hay
quienes dicen que una de las grandes diferencias del ser humano con otros
animales es que frente a una tarea con recompensa de probabilidad de ocurrencia
indefinida somos quienes más niveles de dopamina generamos. Y esos niveles son
tanto más elevados y duraderos en tanto menor es la probabilidad de ser
recompensado. En los casos más extremos los individuos crean un sistema de
recompensa donde esta viene incluso después de la muerte.
El
espera que la recompensa llegue por lo menos cada vez que sus ojos se cierren y
en su retina sigan marcadas esa luna, esa puerta y esos ojos.
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