Bien sea
azul profundo, marmolado por las nubes o negro moteado de estrellas, el cielo
ejerce una fascinación inmensa sobre nosotros. Ha sido el hogar de un sinnúmero divinidades y en él se encuentra el paraíso de muchas culturas humanas. Tal es
el encanto que genera, que “tocar el cielo con las manos” es una de las expresiones
de júbilo más intensas cuando se logra un sueño.
Pero el firmamento
está muy lejos y es muy difícil alcanzarlo, quienes desde Ícaro han intentado
llegar a él saben el riego que se corre.
O, ¿Será que no es así?... ¿Qué es el cielo?
El cielo es
una ilusión.
Es así
porque entre más subamos menos lo encontramos, porque nos dejamos confundir por
esa vastedad azulada que sugiere un final. El aire simplemente se hace menos
denso hasta fundirse con el “vacío” del universo. Y lo más importante, ese aire
nos rodea.
Dice el poeta brasileño Manuel
Bandeira:
“A criança olha
para o céu azul.
Levanta a mãozinha.
Quer tocar o céu.
Não sente a criança
Que o céu é ilusão:
Crê que não o alcança,
Quando o tem na mão.”
Yo creo que
a todos nos pasa lo mismo con frecuencia, tenemos nuestros sueños como algo
lejano, como esa ilusión azul inalcanzable. Estiramos las manos intentando
rozar la felicidad siquiera con un dedo y no nos damos cuenta que nuestro sueño
puede, en ocasiones, estar no sólo en nuestra mano sino rodeándonos por
completo.
Yo sigo
lanzando avioncitos al cielo para que lo recorran haciéndole cosquillas, dejándole
mensajes de mi parte. Extiendo mis brazos y siento la brisa que le responde a
mi piel diciendo “aquí estoy… envolviéndote”.
Ahí sé que
así parezca que estas muy lejos, estoy contigo…
y soy feliz.
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